Bajo a toda prisa por la calle, como siempre. No suelo mirar a nadie,no miro nada. Absorta en mis pensamientos que en este preciso momento se centran en el rollo de film transparente que me he olvidado de comprar. En la calle del supermercado hay muchas casas viejas; plantas bajas con jardines traseros y en muchas de ellas vive algún gato. Así que hoy hago una excepción y al pasar miro de reojo algunos de los portales, a ver si me encuentro con "El Rubio" u "Ojos Azules" pero los únicos seres presentes son un par de niños gritones sentados en un escalón trasteando con sus respectivos móviles."Las canastillas de bebé de hoy en día ya deben incluir un smartphone" pienso. Acabo de pasar por su lado y no doy crédito a lo que acabo de oír. Uno de estos mocosos me ha soltado una monumental grosería. Si estas soeces palabras llegan a salir de la boca de un adulto o de un adolescente me encaro a él y le digo cuatro frescas pero... ¡Es un maldito niño! Diez años como mucho. Sigo mi camino como si no hubiera oído nada. En frente de un taller hay un hombre sesentón fumando que mira y sonríe con complicidad a los dos criajos. ¿Reaccionaría de la misma forma si los pequeños sátiros fueran niñas y yo un hombre? ¡Por supuesto que no! Diría que son un par de guarras;que qué poca vergüenza,hablar así,tan orgullosas y desinhibidas, de sus partes íntimas,que dónde se ha visto; decir cochinadas a un señor,que de mayores serán unas...,pues eso.La historia de siempre:alentar a los cachorros a ser gañanes porque total,para smart ya está el phone de la canastilla.