Tuesday, October 27, 2015

Yo fui teleoperadora

Y no me avergüenzo de ello aunque debería pedir perdón por haber chafado la siesta, puesto de los nervios o alarmado a más de uno. Era verano y necesitaba urgentemente un trabajo de media jornada y lo primero que encontré fue un puesto como telemarketer en un call center en horario de tarde. Mis víctimas eran ciudadanos de Andalucía, Madrid, Baleares y Barcelona, todos clientes de una conocida entidad bancaria a los que tenía que intentar vender una tarjeta de crédito. El hecho de ser ya clientes facilitaba las cosas. Por lo menos me escuchaban al inicio de la conversación. "¿Llamas del banco?¿¿Qué ha pasado??"; "¡No me digas que vuelvo a estar en números rojos!";"Ya que llamas, ¿me podrías decir si me han ingresado ya la nómina?" Por supuesto yo no tenía acceso a los extractos de las cuentas pero eso no lo sabían, tampoco me llamaba Anna Pou * (en telemarketing es común utilizar un nombre ficticio) ni trabajaba en la sede central del banco pero se trataba de que lo creyeran.

"No importa que emplees 15 o 20 minutos hablando con un cliente si al final consigues venderle la tarjeta" decía la supervisora. Yo lo primero lo cumplía a rajatabla, lo segundo, no siempre.A veces me encontraba con personas mayores que se sentían solas y tenían muchas ganas de hablar. Un jubilado de Jaén me dio una charla sobre el cultivo de los olivos y el proceso de extracción del aceite. Una granadina setentañera me habló con añoranza de los años que había vivido en Barcelona y de lo difícil que le resultaba adaptarse de nuevo a la vida en un pequeño pueblo. En ocasiones las historias eran dramáticas.Una abogada me confesó estar sufriendo mal trato psicológico por parte de su marido desde hacía años. En casos como ése y como de empatía voy sobrada, a dios gracias, dejaba de ser vendedora para ser voluntaria del teléfono de la esperanza. Por supuesto también tuve que morderme la lengua - y mucho - en determinados momentos. "No entiendo porqué llama preguntando por mi mujer cuando el cabeza de familia soy yo.Con el único con quién tiene que hablar es conmigo" respondía airado el gañán de turno. "Señor, pregunto por su esposa  porque el banco ha decidido ofrecerle A ELLA, A SU NOMBRE una tarjeta de crédito con unas condiciones muy ventajosas"; "¿A mi mujer? ¡No lo entiendo! ¡Si mi mujer pinta menos que un perro en misa!" Desgraciadamente también me topaba con mujeres que me decían - y con orgullo : "No, no, no, yo no quiero tomar ninguna decisión sin el permiso de mi marido". También di con alguno que quería convertir una llamada de telemarketing en una suerte de speed dating "Tengo 23 años, soy moreno y de ojos verdes". Criaturita. La experiencia más surrealista me la proporcionó un señor con el que nada más empezar a hablar me espetó que le encantaba el acento catalán, (¿Eh? ¿Éste quién es?¿Un gracioso? ¿Se está quedando cominigo?) Yo,Anna Pou, muy profesional, hice como si nada y seguí con el guión marcado pero, oh,oh; a medida que hablaba notaba como la respiración de mi interlocutor se volvía entrecortada y respondía mecánicamente a mis preguntas con monosílabos. Yo estaba muerta de vergüenza leyéndole el contrato (le vendí la tarjeta, naturalmente); quién iba a imaginar que un documento bancario fuera tan porno, y me apresuré a finalizar la llamada. Lo que se oyó al otro lado de la línea lo dejo a la imaginación de cada uno. Por otra parte también estaban las señoras celosas que desconfiaban de que una extraña llamara a casa preguntando por su marido. "Soy su mujer. ¿Quién eres tú? ¿Qué quieres? Lo que tengas que decir me lo dices a mi"; "Oye, tu no serás la del puente aéreo"- ésa debía ser sin duda la esposa del salido de antes. Muchas, demasiadas anécdotas para un sólo mes de trabajo. Os podéis imaginar qué alivio sentí cuando por fin colgué los cascos...
*Anna Pou en realidad no era mi seudónimo
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